Aprendiendo a convivir
Por mi mente fluyen miles de sentimientos que tal vez no quisiera percibir, pero la realidad hace que día a día me tropiece con cosas que no acabo de entender: rabia, culpa, soledad, impotencia, fracaso, frustración… La crueldad de esa realidad es tan intensa que el primer impulso sería huir, abandonar todo. Te deprimes, lloras, estás destrozada, no entiendes por qué te tiene que estar ocurriendo a ti, esperas que sea un sueño del que te acabes despertando; sin embargo, te das cuenta de que no es un sueño, sino una pesadilla que poco a poco te va consumiendo ante su mirada perdida.
A pesar de todo, no quiero dar una impresión negativa respecto al hecho de convivir con un enfermo de Alzheimer, porque me siento privilegiada de haber recibido el regalo de proporcionarle cuidados. Cuando era pequeña me daba de comer, me agarraba de la mano para que no tropezara mientras aprendía a caminar, me acompañaba en mi primer día de colegio, calmaba mi llanto… ahora soy yo la que le toma del brazo para que no tropiece al caminar; la que con palabras, abrazos y besos intenta llenar sus silencios, aplacar sus miedos. Aprendí mucho más sobre la vida de lo que jamás hubiera podido imaginar: a mirarme por dentro, a mirar a los demás, a caminar despacio junto a él cuando paseamos, a reflexionar, a contener las prisas, la ira…
Todos esos sentimientos negativos iniciales poco a poco se han ido transformando en un único objetivo: LUCHAR. Aunque en su memoria ya no existan relojes, ni nombres, ni rostros, ni estaciones… luchas cada día por él, porque camine, porque no deje de sonreír, por la impotencia que te genera el tener que admitir que estás perdiendo la batalla y que poco a poco se va, porque no deje de ser él mismo… luchas por él, pero también estás luchando por ti.
¿Dónde está tu historia, tus raíces?
Allí… en su memoria.
Un Familiar
ASOCIACIÓN FAMILIARES ENFERMOS ALZHEIMER A CORUÑA – AFACO
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